El frío calaba los huesos de Huma,quien avanzaba lenta por entre las dunas del desierto, a cada paso sus tobillos se undían en la arena y sentía como la vida se le escapaba a cada minuto que transcurría. Del armamento que otrora portara solo quedaba una daga manchada de sangre que colgaba de un cinturón rasgado y polvoso, una suerte similar a la de su vestimenta, de la cual solo quedaban arapos que cubrían su maltratado cuerpo junto con los vendajes en su abdómen, piernas y cabeza, que debido al mal estado de la tela, comenzaban ya a desprenderse; su cabello largo y blanco, de brillante esplendor en otros días, ahora lucía sucio y quemado por el ataque y el sudor del esfuerzo por llegar a la ciudad recorría su sien hasta llegar a su cuello, irritado por los cortes del acero enemigo. Sin embrago, todas las fuerzas de Huma estaban enfocadas en una cosa: llegar a Morroc, porque el bebé que cargaba apretado contra su pecho, sabía muy bien ella, no sobreviviría en el desierto.
La luna brillaba solitaria en el cielo y el viento refrescaba, mas el cansancio de Huma aumentaba y pronto se vio con una rodilla en la arena e intentando respirar profundo para recuperar algo de energía y poder asi continuar en breve. Fue entonces cuando divisó a lo lejos las escurridizas siluetas de las palmeras y de las tiendas de los señores del desierto. De pronto, un empuje de corage la hizo levantarse, asegurar al niño en su pecho y caminar de nuevo, pero entendió que su vida había terminado cuando con la mano derecha palmó su abdomen y vio sus dedos llenos de sangre, supo ahí que nada podía hacer para salvarse, pero que a cambio, había logrado asegurar la existencia de un barón, nacido en el desierto y antes de la que erróneamente llamarían la batalla del clan Gizer.
A paso veloz alcanzó la primera de las tiendas y apenas fue vista por un centinela, cayó de rodillas sin soltar al niño. El guardia rapidamente se acercó a Huma mientras pedía ayuda médica.
--¿Qué pasó?--preguntó el centinela cuando llegó a donde Huma yacía, luego continuó mientras la ayudaba con el bebé.
Huma, cansada y muy débil apenas y pudo articular palabra alguna.
--.....co......co--intentaba terminar, pero su cuerpo se estremecía y luego de un gemido escupió sangre.
--No hables Huma, no Hables--interrumpió el guardia.
Pero Huma lo ignoró y moviendo los brazos en el aire hacia el niño continuó.
-....core.....coregizer--dijo y con un último esfuerzo sacó de entre sus vendajes el emblema del clan y se lo entregó al guardia.---core.....cor...gizer.
Pronto llegó la ayuda médica, pero era demasiado tarde, Huma yacía muerta junto al guardia que cargaba al bebé. Su cuerpo estaba desecho por el combate y los sacerdotes y enfermeras entendieron que aunque hubiesen llegado a tiempo nada habría podido salvarla. Así, concentraron su atención en el pequeño sobreviviente.
--¿Cuáles fueron sus últimas palabras?--preguntó el jefe de los señores del desierto.
--Coregizer--contestó el guardia mientras les mostraba el emblema de Huma.
Todos se miraron entre sí en silencio y luego de unos segundos de expectación, el sacerdote del lugar continuó.
--Muy bien, que así sea. Coregizer será tu nombre--dijo mientras extendía su brazo hacia el recién nacido y colocaba su mano en la frente del pequeño.--Que la bendición del emblema santo de los Gizer bendiga tu camino y la sabiduría de vuestra madre esté en tu sendero existencial, feliz vida a Coregizer.
Y todos se acercaron a observar al niño y a Huma con sentimientos encontrados, de perdida y esperanza.
En las arenas del desierto
La bendición de Huma.
En las arenas del desierto.
La bendición de Huma.
Y el tiempo transcurrió y el pequeño Coregizer creció, quince veranos transcurrieron y muchos cambios vio la región cada vez más árida y desierta alrededor de Morroc. La gente poco a poco olvidó la trágica llegada de Coregizer a la ciudad y el clan llevado en su nombre; sin embargo, no fue lo único que los oriundos del desierto olvidaron. Los valores perdieron fuerza, las grandes familias de Morroc padecieron de males incontables, enfermedades y ruinas económicas que diesmaron de forma rápida y silenciosa su status; pronto la decadencia posó sus ojos en la región de una forma implacable y sin piedad alguna. Proliferaron los gremios de ladrones y la traición, corrupción y la violencia que con ellas surge, se apoderaron de la, en otros tiempos, mística y poderosa Morroc, el reino entero alejó su mirada del país de las pirámides, gloriosos monumentos al esplendor pasado. La codicia reinó desde entonces y las pocas familias bien establecidas que permanecieron en el lugar, tuvieron que acostumbrar su estilo de vida a la brutalidad de las arenas.
Asi pues, el ambiente familiar a Coregizer era duro, desolador y peligroso. Había crecido sin una madre a quien obedecer y con un padre de pocos conocimientos de crianza, pero que sin duda hacía su mayor esfuerzo. La educación de Coregizer estaba basada en conocer todo lo relacionado con el mercadeo, pues su padre insitía en que se convirtiese algún día en un importante comerciante, respetado por todos. Lamentablemente para Coregizer, los conocimientos de su padre en ese aspecto eran poco profundos, debido en parte, a que su especialidad eran las armas, tácticas de ataque y métodos de supervivencia. Por tanto, cada semana recibían un paquete proveniente de Alberta a nombre de un tal M, el cual era uno de los muchos conocidos de su padre.
Además de las enseñanzas académicas, el padre se había preocupado en mostrarle a Corgizer los valores de antaño asi como había visto siempre porque nunca supiese su origen, ni la historia de sus antepasados, pues no deseaba que el chico formara parte de un mundo corrompido por la avaricia de ladrones, cazadores, mercenarios y demás personas que sabía muy bien, seguían sólo intereses financieros.
Sucedió que un día mientras volvía del correo, Coregizer encontró en su camino a un anciano, que según le diría éste, provenía de tierras lejanas.
--¿Qué se le ofrece?--había preguntado.
--Hola joven amigo. Vengo de un lugar muy lejano y me pregunto si puedes ayudarme a volver a casa.
--¿Qué ocurre señor?
--Soy un cazador de tesoros, he venido siguiendo la pista de ciertas personas que han llegado a Morroc. Para ser sincero, busco un tesoro, pero mis intentos por encontrarlo no han tenido éxito y mis recursos se agotaron, así que no puedo volver a casa. Pero si me ayudas con algunos zeny podría volver.
Coregizer buscó en sus bolsillos, pero sólo halló diez zeny.
--Mmm solo tengo diez, no suelo tener mucho dinero, lo siento--dijo mientras extendía su mano con el dinero hacia el anciano.
--¡Oh gracias! Has acercado mas a casa a un viejo. Por tu ayuda te recompensaré, pero antes ¿cuál es tu nombre?
--Coregizer.
Entonces el anciano, que hasta ahora había mantenido una postura tranquila y cordial, se mostró curioso.
--¿Has dicho Coregizer?
--Sí.
--Me parece conocido tu nombre...pero no puedo recordar el porqué--continuó el viejo de forma dubitativa.--Quizá lo escuché en otro lado.
Coregizer rió.
--No lo creo señor, es mi nombre y no he hecho nada para ser famoso, ni siquiera me conocen todas las personas de esta región.
--SI...quizá tengas razón...en fin. Te diré lo que sé sobre el tesoro. Desconozco la ubicación del cofre, pero sé quién te la puede decir, es un hombre que se encuentra al norte de esta ciudad, es un cazador de tesoros, asi que ten cuidado si le preguntas, no será fácil hacer que te diga, quizá te pida algunas cosas a cambio. Espero tengas mejor suerte que yo y seas rico cuando yo esté llegando a casa.
Luego de la breve conversación, Coregizer siguió su camino y dejó la viejo atrás, al llegar a casa le entregó el paquete de Alberta a su padre y no mencionó nada sobre el supuesto tesoro.
Lo cierto era que Coregizer se esforzaba en sus estudios de mercadeo, memorizaba las técnicas para negociar y revisaba constantemente los precios de los objetos que venían en los papeles que llegaban cada semana, con la firme intención de estar al tanto del valor de éstos en el mercado. Sin embargo, de vez en cuando tenía la sensación de que algo faltaba en su vida, no sabía describir esa sensación, pero creía que tenía relación con su madre, de la cual no sabía nada. Para Coregizer, la única pieza para resolver las dudas sobre su pasado era el medallón que siempre llevaba colgado al cuello, una pieza ornamentaria de rareza hipnótica que lo fascinaba una y otra vez.